Alejandra empezó con la banda Ruido Rosa cuando aún estudiaba la preparatoria.
En la adolescencia vio que mucha gente a su alrededor tenía bandas y le pareció una buena idea juntarse con unas amigas y hacer su propia banda. Aunque todo empezó como una idea vaga, cobró fuerza conforme ensayaban. Desde un principio les quedó claro que si lo iban a hacer, lo iban a hacer bien.
Siempre fueron bastante profesionales y serias con sus tiempos de ensayo. Empezaron a tocar en concursos de bandas, y aunque en su momento no eran conscientes de ello, tuvieron que lidiar con los estereotipos de género dentro del rock. Como eran mujeres y eran jóvenes, había una parte de ellas que luchaba contra eso y era importante demostrar que sabían hacer las cosas bien.
Con el tiempo pasaron de tocadas chiquitas, o tocar en concursos, a tener oportunidades en foros más grandes, con más exposición. Ahí se empezó a poner interesante la cosa. Alejandra hacía malabares para cumplir con las responsabilidades de estudiar diseño gráfico y cumplir sus sueños con la banda, aprovechando las oportunidades que se iban presentando en el camino.
La baterista también estudiaba y se salió de la banda. Para ella ese fue el momento de preguntarse si en verdad quería hacer esto. Para todas había mucho apoyo de la gente cercana y las familias porque veían que lo tomaban en serio. Estando expuestas a escenarios más grandes y trabajando con bandas importantes se dieron cuenta de que esto de la música estaba padre pero sí se tenían que poner las pilas.
Desde siempre fue claro establecer que la banda es una prioridad pero que también es necesario tener chance de hacer otras cosas para que la banda fuera su prioridad. Vivir de la música es muy complicado pero sí puede ser un gran componente de tu vida económica y de tu día. Pero cuando trabajas en equipo te tiene que importar por partes iguales.
Alejandra y sus compañeras de Ruido Rosa aprendieron desde el principio que difícilmente la iban a armar de un día para otro y que tenían que talachearle y diversificarse.
El crecimiento artístico es raro y es difícil de medir, así como el éxito que tienes. Hacer música es una inversión medio ciega. La vida del artista da muchas vueltas. Tienes que estar preparado para todo, desde para que te vaya increíble hasta que tu siguiente disco nadie lo pele. Es aventar una moneda al aire.
Aunque muchas cosas han cambiado en la industria desde sus primeras tocadas, Alejandra ha sido testigo de la falta de inclusión y diversidad dentro de la escena. Es por eso que reconoce la importancia de hacer redes con otras mujeres músicos y apoyarse unas a otras. Unirse a otras inconformes para hacer comunidad ha cobrado mayor importancia.
Para ella, parte de llegar a algún lado en la carrera es poder llevar a gente contigo. No solo por el género, sino en general. Hay mucha gente que ella y su banda conocieron en el camino que las ayudó a llegar a lugares. Ale nos cuenta que la música y el arte son muy subjetivos, no porque te guste una banda vas a dejar de escuchar a otra. Hay espacio para los demás.
Nos han inculcado un poco que la competencia es entre nosotras y hemos aprendido a ayudarnos entre nosotras. Si entre nosotras creamos espacios, no tenemos que pelearnos por ellos.
Aunque todavía ve carteles con falta de inclusión de talento femenino, le encanta que mujeres más jóvenes se acercan y le dicen algo sobre sus canciones. En su momento, Alejandra no se sintió representada porque no veía bandas de chavas, a nivel nacional. Llegaba a festivales y no había mucha representación del género.
Alejandara comparte: “Ver que las invitadas de otras artistas son otras mujeres, se siente como un orgullo y un cambio. Aunque falte mucho, da gusto ver que las mujeres ya estamos en ese camino de ayudarnos”.
Inconformes el Podcast de Nu Episodio 3
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